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EL ROSARIO VESPERTINO DE LA SOLEDAD DEL PUENTE. UN DÍA PARA LA HISTORIA
El pasado 15 de octubre todos los hermanos de la Venerable Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), los devotos de la Santísima Virgen y los nazarenos y nazarenas conquenses vivimos una jornada inolvidable, evocadora, mágica, con la celebración del Rosario Vespertino con nuestra Sagrada Imagen que ponía un broche de oro a los actos y cultos conmemorativos del 75 aniversario de su hechura por Don Luis Marco Pérez. Fue, sin lugar a dudas, la mejor clausura que se podría desear para una efeméride tan importante; un atardecer que quedará enmarcado entre nuestros mejores recuerdos nazarenos y que ya pertenece a las páginas doradas de los anales de nuestra corporación. Un acto histórico para una celebración histórica.
La tarde de un día otoñal y mesetario, de esos tan típicos en Cuenca a estas alturas del año, con su temperatura más bien fresca y su nubosa oscuridad, se tornó en un reverdecido atardecer que parecía regalarnos tímidos guiños primaverales. Todo se ponía de cara, como se suele decir, para que se viviera una jornada especial, repleta de estampas únicas y momentos de gran intensidad. Y así fue. De principio a fin, desde que los primeros hermanos se dieron cita en las inmediaciones de la Iglesia de la Virgen de la Luz hasta que, horas más tarde, los últimos abandonaban el templo, el Rosario Vespertino resultó un acto exquisito, elegante, rodeado hasta en sus más mínimos detalles por el inconfundible aura de las cosas bien hechas, auténticas e intemporales; de la tradición en su estado más puro. El aura de la Historia, con mayúsculas, a la que ya pertenece.
Y es que todo parecía traer ecos del pasado. La fecha elegida, que no era ni mucho menos casual, consiguió transportarnos a las postrimerías de aquel año 1941 en las que, según apuntan todos los indicios —pues, por desgracia, las fuentes que se conservan no son explícitas en este sentido—, una Cuenca semiderruida, arrasada aún por los estragos de la guerra fratricida, recibió a nuestra Sagrada Imagen, la primera dolorosa de la nueva Semana Santa. A ello contribuyó también la visita realizada a la Parroquia de El Salvador, donde la talla fuera recibida y custodiada en su día, a causa de las obras de rehabilitación que se estaban realizando por entonces en la Virgen de la Luz; un momento intensísimo donde todos los que pudimos estar presentes sentimos con inusitada claridad el latido del tiempo. La visión de la Soledad en el pequeño y elegante paso que se conformó para la ocasión, surcando las estrechas calles de la ciudad vieja, por las que quizás no pasara un cortejo procesional desde hace siglos, a la luz cálida y tenue de la cera natural, dejó en nuestras retinas escenas bellísimas de un indescriptible sabor añejo. Y, para colmo, la gran cantidad de detalles de los que estuvo repleto el cortejo que puso en la calle nuestra Hermandad no solamente nos permitieron evocar la época de la posguerra, sino que nos condujeron a tiempos mucho más remotos, al recuperar usos y costumbres por desgracia perdidos en nuestra liturgia nazarena.
Estos detalles conformaron un desfile diferente, tal y como debía ser para esta ocasión diferente. Un desfile desprovisto de todo lo superfluo, sin alharacas ni estridencias, que se distinguió por su rigor, elegancia y mesura; que, en lugar de buscar el lucimiento, puso en valor lo que debe ser esencial en un acto de culto público. La puesta en escena nos ofreció a todos una muestra palpable de que no todo está hecho en la Semana Santa de Cuenca, sino que aún hay mucho campo para afinar, para mejorar, para buscar la excelencia. Por ejemplo, que la Virgen vistiera de negro y granate, como cuando llegó desde el taller de Luis Marco Pérez, o como en sus primeros años de desfile, fue todo un acierto. Iba sencillamente magnífica, con un manto liso y la impresionante saya granate de Encarnación Román que solía lucir durante los años 80 y que, incomprensiblemente, llevaba ya varias décadas condenada al ostracismo. Que volviéramos a ver esta pieza fue otro gran acierto. El conjunto lo completaba un preciosista tocado asimétrico, aparentemente sencillo una vez puesto pero muy complejo de ejecutar como es debido, que realzaba enormemente la belleza natural del rostro de la Madre. Esta presentación confirma el giro absoluto y completamente positivo que la Hermandad ha dado al estilo de la vestimenta de la Sagrada Imagen en los últimos tiempos. La utilización de cera natural fue también un hecho a aplaudir, no sólo porque nos devuelve a una estética más pura, más histórica y, por lo tanto, más propia de una tradición que tiene 500 años de vida; sino también porque, como pudimos ver los que contemplamos el discurrir del cortejo por las inmediaciones del Salvador, la Soledad alcanza unas cotas sublimes de hermosura con el cálido y titilante resplandor de la cera natural. Y, aunque el viento quisiera sumarse también al Rosario, y asomarse a contemplar el discurrir de la Virgen por los últimos tramos del recorrido, eso no desluce, en absoluto, la potencia estética de esta forma de iluminar un paso.
En el cortejo también pudimos contemplar muchas novedades interesantes. Éste se organizó con un detallismo hasta ahora nunca visto, ni siquiera en las procesiones de Semana Santa. Para empezar, las representaciones de las diferentes hermandades invitadas se colocaron siguiendo un criterio muy concreto, y dentro de cada grupo de ellas fueron situadas por orden de antigüedad, lo que pone de manifiesto la raigambre de unas instituciones que, en muchos casos, tienen varios siglos de existencia a sus espaldas. Tras ellas se dispuso un tramo de hermanos de luz que, aunque fue un poco escaso —es la primera vez que se convoca a los hermanos para un acto como éste—, se caracterizó por la compostura de sus integrantes. El guión de la Hermandad no ocupó la posición de apertura que suele tener en los desfiles procesionales conquenses, sino que se ubicó en la que le está reservada según la tradición de la Semana Santa barroca: justamente delante del Titular de la Hermandad, al que se refiere y que es el verdadero emblema de la corporación. En torno al guión se conformó un tramo de presidencia, que iba, como novedad, delante del paso.
Pero, sin duda alguna, dos elementos llamaron especialmente la atención de propios y extraños, y fueron lo más destacable de todo el cortejo. Por un lado, el acompañamiento musical, mediante un trío de metales que interpretaba música de capilla. Un género que algunos relacionan con otras regiones y ciudades pero que es, en realidad, el acompañamiento musical más antiguo de nuestras procesiones, el que llevaron durante siglos nuestros perdidos Titulares, y el que debió llevar aquella pequeña efigie de la Virgen de la Soledad cuando discurría desde la Iglesia de San Roque, en los oscuros tiempos del Renacimiento y el Barroco. Y, por otro lado, la recuperación histórica del cuerpo de acólitos, compuesto por cuatro ciriales, un pertiguero y dos turiferarios (que son los portadores de los incensarios). Un elemento propio de la liturgia de la Iglesia que pertenece a la herencia cofrade más antigua, y que se perdió en nuestros desfiles procesionales a finales del siglo XIX. Por tanto, y afortunadamente, el pasado 15 de octubre vimos en las calles de Cuenca el primer cuerpo litúrgico correctamente compuesto desde hace más de un siglo, algo que es una buena noticia. Estas dos novedades dieron al Rosario Vespertino un toque de distinción y le otorgaron una intemporal elegancia y un profundo recogimiento.
Pero todo esto no sería más que una cáscara vacía si no hubiera estado acompañado por un magnífico ambiente de hermandad. En primer lugar, dentro de nuestra propia corporación, que celebró un día de unión en torno a la Madre, en el que vimos nuevas caras y muchas personas tuvieron la ocasión de vivir momentos únicos. Como nuestras hermanas que, debido a lo que establecen los Estatutos de la Hermandad, no pueden sacar a Nuestra Señora de la Soledad en la tarde del Jueves Santo y que, en esta ocasión, sí tuvieron la oportunidad de sentir el bendito beso del banzo sobre sus hombros. Seguro que para todas ellas el 15 de octubre de 2016 va a ser un recuerdo imborrable. Y, en segundo lugar, porque el Rosario Vespertino fue una ocasión para estrechar los lazos entre las diferentes hermandades que, de una u otra forma, participaron en él, o contribuyeron a que se llevara a cabo. Hay que recordar que el paso sobre el que figuraba la Sagrada Imagen era el paso de traslado de la Hermandad de Jesús Amarrado a la Columna en su tradicional Via Crucis, que lo cedió gentilmente para la ocasión. Como también prestó la magnífica candelería de Manuel Seco Velasco que alumbraba a la Virgen la Hermandad de María Santísima de la Esperanza, a la que hay que agradecerle no solo que prestara estas piezas en este caso, sino que lo venga haciendo anualmente para los cultos de nuestra Hermandad, o la Vrble. Hdad. de Ntro. Padre Jesús Nazareno del Puente, quien cedía sus faroles para acompañar a nuestro Estandarte. En el cortejo, todos los elementos del cuerpo litúrgico, fueron prestados por la Hermandad del Silencio de Madrid; las dalmáticas del cuerpo de acólitos cedidas por una Hermandad amiga de Sevilla, y la Archicofradía de Paz y Caridad aportó varias de sus insignias para la conformación del cortejo. Además, las hermandades invitadas a formar parte del evento acudieron al mismo con su Guión corpotativo y dos Hermanos Mayores, para compartir un momento tan importante con nuestra corporación. En definitiva, varios gesto que hacen grande el acto del pasado día 15: dar sentido verdadero, mediante la generosidad y la colaboración, a la palabra Hermandad, de la que todos participamos.
En definitiva, el Rosario Vespertino en conmemoración del 75 Aniversario de la hechura de nuestra Sagrada Imagen fue un homenaje a nuestra Historia; a la de nuestra querida Hermandad, pero también a la de toda la Semana Santa de Cuenca. Un acto que sirvió para mirar al pasado y aprender de él; para recuperar de él un legado perdido y traerlo de nuevo al presente, con el fin de que éste se enriquezca y se complete. Y quien sabe si también un acto que será visto por las generaciones venideras como un hito desde el que se construyó un futuro brillante, sobre esa herencia, sobre ese redescubrimiento de lo que fuimos. Un acto que, como todo en esta vida, pasa rápidamente y, así, ya es Historia. Pero que, sin lugar a dudas, para todos los que caminamos junto a la Madre del Jueves Santo, y para todos los que tenemos una tulipa siempre encendida en el corazón, ya ha hecho Historia.