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Asociación
21
Noviembre
2024
 
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Pregones juveniles

LA POÉTICA DEL NAZARENO

Melodía del incienso, dulce quietud de la perpetua soledad, intrínseco silencio de unas lágrimas eternas, suspiro de las horquillas contra el suelo, recuerdos anclados a la madera del banzo, danzar caprichoso de una palma al viento.
Fila eterna de luz inextinguible, brotar de la lágrima de cera que se posa sobre el cristal, danzar caprichoso del fuego, sublime arte ancestral.
Frío del pasado penetrante, abrigo por la nostalgia tejido, ansío de recuerdos que prevalecen en las aguas del Júcar nazareno.
Anhelo del tránsito de la cruz en el Calvario, camino doloroso hasta el Gólgota esquivo. Getsemaní como trazo del destino y el sepulcro como afrenta a la muerte.
Cruz desnuda, sin barroquismos, sin ornamentos, tan solo el sollozo de un sudario mecido por el viento y el mástil como elegía hacia los cielos.
Turba incansable, clarín que clama al cielo, ojos que perdonan y rezan, ojos sumidos en silencio.
Manos, que acogen el dolor del alma, rostro solitario y entristecido, madre que reza mientras avanza y el negro como único consuelo.
Olivo que arrulla el viento, sombras que alzáis la espada de Pedro, miedo en el rostro del hombre de hombres, y en su mejilla, el traidor beso.
Treinta gritos de plata, treinta denarios fueron, treinta lágrimas caídas, treinta traiciones asieron.
Atardeceres en los que se postra el silencio, atardeces de la poesía dormida, atardeceres de recuerdos tangibles, recuerdos del artista en el verso
Oíd los quejidos de la madera, sumid el retumbar del tambor en un profundo silencio, escuchad la historia de la lágrima que brota, mientras cae tras el capuz del nazareno.
Consagrado sonido que condena al silencio, caridad extendida sobre la pétrea ciudad, crepúsculo intuido presagio de la profunda soledad.
Tormento inigualable, corazón por tristeza embestido, dejad que este silencio rece, volviendo a la vida vuestro dormido pecho.
Trémulo ocaso azulado, rosas que arrullan el consuelo, esencia de la soledad palpitante en cada melodía del silencio.
Las lágrimas de las hoces reflejan nuestro sentimiento, tiñen sus aguas al capricho del momento, reflejo que revive lo acontecido, reflejo grabado en el pensamiento.
Marchas que remueven en lo profundo, aflorando el sentimiento nazareno, clamando aquellos treinta denarios que sellaron traición con un beso
Cristo en madera solitaria, sin más gala que su paso lento, camina en silencio, solo parece, más es sobre el hombro del bancero.
Promesa eterna ligada a dos ojos oscuros, esperanza como único anhelo, las manos con una súplica encarecida, súplica de una madre sin consuelo.
Tan solo un ansiado recuerdo, tan solo una necesidad palpitante, tan solo el suspiro contenido por ver de nuevo la esperanza en la madre.
Sutil vida de la lágrima del Jordán rozando su rostro, entrada sin embargo tan grande, bautizando a Jesús se escucha, buscando la trompeta que le alce.
¿Escucháis los pasos del nazareno olvidado? ¿Escucháis acaso su suspiro de silencio? Recordad a los que nunca se han ido, acallad el grito del tiempo.
Oda tan vacía en palabras, oda cargada de sentimiento, oda que resuena incansable, oda que acompaña al nazareno.
Curvas una tras otra, hombro que soporta el madero, recuerdos que se enquistan en el alma, recuerdos revividos en silencio.
Galante palabra que evoca, galante palabra del comienzo, galante prosa no experta, pluma en mano del pregonero.
Lloran los clarines. El nazareno del alba avanza entre abucheos. La Madre con su soledad le alivia y los tambores acallan su eco.
Ni un sonido a su paso, a la turba acalla su desconsuelo. La Madre solitaria avanza, avanza al compás del herrero.
Marro que late en la fragua, marcando el paso a la Virgen de los herreros, la soledad aliviada por el caprichoso danzar del fuego.
Quisiera ser, señora, la lágrima inseparable. Quisiera ser el verso trascendente que os nombre y el fulgor que se adivina cada madrugada en vuestra mirada.
Quisiera ser, Madre, la gubia en manos del artista. Quisiera ser, Madre, manantial de la belleza en la madera convertida.
Lamentan las trompetas la duda que acongoja el alma. Los oboes anuncian el trágico duelo. Las flautas acunan con dulzura el dolor en el corazón del nazareno.
Sincronía de la agónica campana y el fúnebre paso lento. Portento de la creación entre cuyos labios expira el desaliento.
Miedo y tristeza encarnados. Cruento canto mecido por el viento. El silencio se adivina a cada mirada elevada al cielo.
Noche de silencio, presencia de la palabra recitada ante las puertas del santo templo. Ecos de gregoriano antiguo alzándose sobre el trágico silencio.
Ampara Cuenca, esa mirada infinita. Ampara Cuenca el sobrio negro. Ampara Cuenca el augurio de aquel calvario que se prevé eterno.
Purpúreo hábito el tuyo, enhiesta aquella caña que portas como cetro. Las espinas que lloran, lloran carmesíes lágrimas con desconsuelo.
Glacial el hijo entre tus brazos, teñido con angustia está tu gesto. Aguardas la lágrima seráfica, lágrima que aguarda el desconsuelo.
Látigo inmóvil, látigo que hiere y aguarda las lágrimas de la piel. Chasquido inexistente, sumergido en la infinidad del olvido.
Aún hoy, con la lejanía de la esencia de la madrugada. Aún hoy con la premura instantánea del tiempo alzando su poderoso vuelo. Aún, con vacío eterno de su hueco, tengo la valentía de recordar al capataz.
Sintiendo aún lo extraño de la pérdida, lo noto a mi lado. Todo ha ido cambiando. Las filas han ido creciendo, más creedme que la Virgen no lo ha olvidado, pues aún hoy llora tras haber visto su vuelo.
Cada esquina evoca añoranza y nombres de otro tiempo. En cada lugar remoto, un vacío tan lleno.
Aún hoy lloran, aún hoy sienten el madero, aún hoy cargan con la angustia sobre su pecho.
Las lágrimas amargas, nublando todo con olvido, más hoy quienes discurrimos bajo el capuz amparados, mañana seremos recuerdo.
Presencia empoderada del recuerdo, tan solo cenizas son, suspendidas en el tiempo. Poetas, artistas, padres y abuelos, todos ellos, anhelo, verso...
Permitidme que os evoque el recuerdo nazareno. Permitidme que les nombre y les encontréis entre mis versos. Recordad aquel nombre que cruza vuestro pensamiento.
Capataces, banceros. Cereros, hermanos mayores o simples nazarenos. Algunos nombres destacables, otros que vuelan cuando arrulla el viento, todos son bienvenidos, a todos pertenecen mis versos.
Recordad su mirada azabache, recordadlos hastiados por el tiempo, recordad su paso sosegado y su semblante, recordad sin permitir el avance del tiempo.
Algunos fueron de siempre, otros cautivados del madero, más hoy en este verso de recuerdo, lo importante es su corazón nazareno.
Hoy desaparece la distinción de hermandad o de templo. Hoy evocamos a todos rindiendo nuestro respeto.
Permitidme que recuerde al capataz de nuevo, porque aquel hombre, era mi abuelo. Alzad la mirada. Entonad un último miserere en un completo silencio. Haced que estas palabras de añoranza se conviertan en la poética del nazareno.
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