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Asociación
23
Noviembre
2024
 
Jueves Santo 2024. Faltan -240 días

Pregones juveniles

ALMA NAZARENA

Clarín que clama al cielo, golpe seco de la horquilla. Vosotros sois la marcha que lleva el paso de la tradición, la liturgia y la pasión armonizándolos con mano experta. Cuenca, tus empedradas calles, son escenario de la pasión, muerte y resurrección del Mesías.

Tú, eres consuelo de una madre quebrantada. Sólo sus herreros y tú recogéis sus lágrimas de cristal.

Tú haces melodía el repicar de las horquillas contra el suelo, amparas en tu regazo a los pasos errantes de los nazarenos.

Las empolvadas andas vuelven a relucir en San Antón. Son el refugio de familias, son el encuentro del hombro del nazareno con su Soledad del Puente.

Los desgastados banzos, son testigos mudos de los banceros que durante mucho tiempo los han llevado sobre sus hombros. La iglesia se llena de los embriagadores olores de las rosas frescas, que lucen bellas sobre las andas, armonizando aquello que ya es perfecto; fascinando nuestros sentidos por completo sin dejar escapar a visitantes, que de ti se enamoran Cuenca.

Domingo. Palma en mano, mi sonrisa corresponde a sus bruscos movimientos, que aclama sin cesar al hijo de Dios y a la madre. Resuena “la palma al viento”, mientras madre e hijo pasan los arcos; a lo que Cuenca responde abriendo sus cielos, iluminando con pulcra luz su rostro.

Lunes de dolor e impotencia. Aquel que ayer entró triunfante y fue aclamado, ha sido crucificado y traicionado.“Padre, perdónales, pues no saben lo que hacen…”. El negro y el granate inundan Cuenca. El silencio cubre la Plaza Mayor, cuando las puertas de la catedral se abren y dejan ver al inocente crucificado.

Precursor del silencio. Bautista, tú que bautizaste al Mesías, limpiaste un pecado que no existía. Veo tu sombra en San Felipe Neri; tu rostro indescifrable. Veo en cada rasgo tuyo a Marco Pérez. Puedo sentir cuando te miro a los ojos, cada movimiento delicado de sus manos, creándote; puedo sentir también tu tristeza. Puedo oír en tu interior “Marco Pérez ha muerto”.

María Santísima de la Esperanza; tu belleza a nada se puede comparar. Tu rostro. Tu manto. Tu mirada. Eres la protectora de mis palabras, la inspiración de mis poemas, mi virgen desde niña. A ti te imploro Madre, en esta noche oscura.

Santa María Magdalena. Tú has sido mi confidente. Aquel día al verte, alencontrarte a solas, al ver tu mirada certera, tu hermoso rostro junto al mío, las lágrimas afloraron de mis ojos. Mis manos temblaron de emoción, pues mientras ayudabaa prepararte, vi tu mirada en la mía; me hice una contigo.

Entonces, las lágrimas del Jordán rozaron suavemente con tu piel; aquellas aguas quedaron benditas, limpiando aquel pecado inexistente. Fue entonces, cuando la voz del padre sonó: …”Se abrieron los cielos, descendió el Espíritu Santo sobre Él…”

Silencio y traición se respiran bajo los últimos alientos del sol en Cuenca. El cielo despejado y oscuro será cómplice de esta noche, donde Él será traicionado, prendido y negado por aquellos que ama. El alma de nuestra ciudad sufre una lenta agonía con Getsemaní palpitante entre las sombras, con un beso sacrílego, con el silbido de la espada en el aire, con el eco de la negación en cada calleja solitaria, con las miradas suplicantes y con la amargura de la Madre y el discípulo amado.

El chasquido del látigo hiere su piel. Las lágrimas rojas que brotan de su espalda son amparadas por las empedradas calles. La columna de mármol, opresora de sus manos.

Caña cual cetro, espinas por corona. Los bordados de su capa son sus lágrimas suplicantes. Su única riqueza, su mirada.

El tibio atardecer, acentúa cada rasgo, cada lágrima y cada bordado de su manto. Entre un centenar de rosas, se alza la Madre. Cada lágrima derramada es el alma de un penitente. Cada rosario rezado, es la esperanza de un nuevo día. Cada rosa, es un niño  entre sus filas.Mi alma acoge tu pena. Mis ojos lloran con los tuyos. Mi corazón es embestido por flechas de crueldad; porque te amo Madre. Vela por nosotros. Por aquellos que cada Jueves Santo, se recogen entre tus filas. Por aquellos banceros que tellevan sobre sus hombros. Por aquellos que no pueden desfilar físicamente, pero lo hacen desde el alma. Vela por todos nosotros. Madre. Mi Madre....

Nazareno del puente. Lo que para algunos resulta insulso, a mí me embriaga; pues cada parte tu cuerpo describe realidad. Cada vez que te veo, siento que en tu interior vives, pues una belleza tan perfecta no puede ser inerte. Madera con alma de nazareno; solo nosotros, podemos percibirla, podemos observar tras de esa hermosa figura y percibir tu dolor.

La esencia del olivo vuelve a mí, perturbando mi paz. Getsemaní revive, amenazante. El sudor es sangre. El miedo, es un ángel. Impresionas; a aquel que peca das fe. Esa medalla, guarda una historia que cada nazareno guarda en el ático del alma, allí donde jamás pueda ser extraviada.

Cae el peso del pecado a tus espaldas en forma de cruz, sobre ti. Verónica limpia con cuidado tu ensangrentado rostro, quedando grabado para siempre, en aquel paño bendito.

El auxilio llega cuando la amenazante cruz cae sobre ti. Niño y hombre, hombre y niño, son tus auxiliadores.

He aquí el hombre justo y misericordioso. Tu mirada punzante, clama al cielo reclamando ayuda. Pues tus cargas con los pecados de todos, sufriendo por aquellos que amas.

El alba no ha florecido. La Madre recoge en su regazo mi tristeza en esta noche silenciosa. Pataco, aquel hombre conocido por todos, con su impecable porte, con su perilla, con su serenidad y amor por ti, Madre, vuelve a mi memoria. Ecos de tiempos pasados recorren mi mente. Es cuando el yunque y el martillo se encuentran. Cuando le entonan el motete a mi Virgen. Cuando siento mis raíces nazarenas más presentes que nunca. Cuando veo brillar sus lágrimas en los primeros destellos del alba. Cuando con paso sereno dobla la curva de la audiencia;  es cuando mis sentimientos están aflor de piel. Viéndola entrar en los arcos, lloro sin cesar. Mater mea…

La palma vuelve a estar presente, baila hipnotizada por una melodía que desconozco. Melodía que banceros y discípulo comparten estrechamente, creando unos lazos inquebrantables, nazarenos, emotivos.

Lleva nuestros pecados materializados en forma de cruz a su espalda, cargando con un peso inaguantable, siendo salvador nuestro.

El Calvario palpita en mi alma nazarena estrechándola cual corona de espinas. El sol, auxiliador nuestro, hace brillar madera, marfil y espejos. Siento lanza y clavos en mi cuerpo, pues todo su dolor, angustia y tristeza se hace mío. Cada pecado es una espina clavándose en mi alma. El Calvario, se cubre de sombras y muestra todo su dolor, retirando aquel escaso sol que apenas consolaba mi alma.

La oscuridad lo ha cubierto todo. Cuenca se suspende en una melancolía indescriptible. Aquellas aguas claras y verdosas, ahora son negras. Lloran el Júcar y el Huécar; los únicos reflejos en sus aguas son las cálidas velas que iluminan su cuerpo yacente.

La cruz está desierta. La madre, desolada. Esa visión me desgarra por dentro, hace que mis pasos errantes vayan sin rumbo. Lo único que puedo mirar es su rostro desolado, las lágrimas que resbalan por sus mejillas. Es noche de desolación.

El sábado, hace que mi alma rota se recomponga.

Domingo de resurrección. Dulce amargor en la sonrisa de cada nazareno, pues él ha resucitado. El color ha vuelto a cada flor; los hermosos verdes de esas aguas han retornado, resaltando Cuenca, vestida de gala.

Aquellos capuces que hacían anónimos tantos rostros, desaparecen. Guiones y estandartes lucen esplendorosos por las calles. Hoy es cuando los recuerdos de tiempos pasados me aprisionan.

Veo a Marco Pérez esculpiendo en cada rincón al que dirijo mi mirada.Veo a tantos artistas, a tantos escultores que vuelven a mi memoria, en cada lugar que es más hermoso que el anterior. Todos han sido fieles admiradores tuyos Cuenca, han sido tuyos y de tu Semana Santa.

En la plaza, frente al nazareno, aquel negro oscuro lleno de dolor, se convierte en un hermoso verde. Hace que ese rostro brille con esperanza de nuevo. Es ese momento en el que madre e hijo se encuentran, en el que sabes que todo acaba. Pero la alegría que sientes en lo más profundo de tu alma nazarena, te llena por completo.

Veo a las palomas emprender su vuelo, lejano, como la próxima Semana Santa.

Cada año, doy gracias por tener en mi alma ese capuz, esa sensibilidad especial que solo un nazareno puede tener.

Los años, no me han hecho dejar a un lado a la Semana Santa, me han hecho entenderla mejor, que como la luz de una tulipa quede dentro de mí.

Las lágrimas que he llorado por la Semana Santa, son desde el corazón, porque cada gota de lluvia era como una espina clavada en mi alma.

Cuenca, me conquistaste desde niña, veo cada año como mi pasión por ti aumenta. Nunca dejaré de lado aquel sentimiento que hizo de mi alma de niña un alma nazarena.

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