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23
Noviembre
2024
 
Jueves Santo 2024. Faltan -240 días

Pregones juveniles

CAMBIOS

Qué frío tengo en las manos! ¡Si me hubiese subido los guantes! Voy a soltar las manos de la barandilla. ¡Ay!, se me están cansando las piernas. ¡Vaya!, se me ha vuelto a dormir el pie. ¡A ver si se están quietos David e Inés!

-¡Mamá!, tengo hambre, ¿y los capuchinos?, ¿vienen ya?

- Anda, tomad el bocata, ¿vais a querer la fruta?- respondió mi madre. Era finales de marzo, principios de abril; época de grandes fríos, o de calor intenso. Época, en la que los almendros se tiñen de rosa y los dientes de león colorean el verdor de los campos. Época, en la que aún, las gotas de rocío se dejan entrever al más madrugador. Época, en la que aún, se puede ver un manto blanco que guarda, bajo el frío, los albores de la primavera. Época, con olor a torrijas que embadurna el aire con canela y azúcar; y de trasfondo, gotas de resoli que calientan las gargantas. Época de viernes de ayuno y abstinencia. Ya llega la Semana Santa.

-¡Sí!, ya se asoman por la curva, ¿no oís los tambores?- preguntó mi tía. Me quedé mirándola, la procesión no estaba en la calle: los nazarenos asomaban por sus gafas. Ya no veía los ojos de mi tía, sino el lento y pesado caminar de aquellos que acompañan al dolor con ferviente devoción. Ya no escuchaba los tambores, sino el traqueteo de las tulipas y el parsimonioso paso de los penitentes , porque la música de Semana Santa, no la ponen los tambores, cornetas clarines y demás instrumentos, sino cada gota de sudor que corre por la frente del bancero pensando que por cada una de ellas sale un cántico espiritual que acompasa al de los ángeles; la música en Semana Santa la pone el paso del penitente, que con su pie desnudo y magullado, imita a Cristo en su camino al Calvario, con su pie desnudo, abre su corazón al milagro; la música en Semana Santa, la pone el nazareno que acompaña el dolor de su Madre, el sufrimiento de su Dios. Esto es música, y giré la cabeza para poderla escuchar.

Sí, allí estaba, la sinfonía mejor compuesta, porque cada uno la componía. Sinfonía compuesta por un Maestro desde la Eternidad. Sinfonía que avanzaba por las calles de esta ciudad tallada por la Semana Santa. Melodía que brillaba en las tulipas de cada uno de los penitentes y en los espectadores, como en un acto recíproco de dar y recibir, pero que realmente nadie da, sino que todo el mundo recibe. Luz de melodía sinfónica, melodía sinfónica luminosa, que envuelve el ambiente y lo transforma, que esculpe en el corazón el sentimiento más grande de amor, que convierte en oro y plata cada pavimento que pisan la Virgen y Cristo.

Apoyaba la barbilla en la barandilla enredada en la enredadera, con el afán de ver pasar a esos señores, que, cuando era pequeño, llamaba capuchinos, a aquellos señores, que no preguntaba quienes eran, sino qué hacían, con su voz dormida y su paso firme, ¿ a quién buscaban?, ¿dónde iban? Pero ya encontraron, ya se orientaron y siguieron su paso, incesante, calmado, silencioso , armonioso…

Son estos pensamientos demasiado elevados para un niño de seis, siete , ocho años. Recuerdo mis ganas por ver tocar a los músicos, hacer sacar de esos cachivaches de metal y madera, las notas que se grababan en mi cabeza y retumbaban en el pensamiento del silencio sosegado.

¡Qué decir de las andas¡ En mi infancia, y ahora, me resultan bellas y con personalidad, pues, ¿ qué pensaría el escultor de su obra cuando la hacía? ¿acaso podía decir algo inocuo de la maravilla que hacía? ¿se podría saber cómo la hacía? ¿quién le daba esa fuerza? Sólo decir que pocas veces, el hombre ha hecho tal maravilla; que es de las pocas veces en que el hombre se ha dejado aconsejar.

-Anda, tómate la fruta, y abróchate el botón que viene el aire fresco- levantaba la mano pesadamente y me abrochaba el botón de la trenca. Me giré, sin saber por qué, y allí estaba mi padre: en un cristal la procesión avanzaba; por el otro, su ojo que miraba y esbozaba una sonrisa, para hacer saber que estaba allí guardándome del peligro. Puso sus manos sobre mi cuello y volvía a girar la cabeza. Ahora, algunas cosas han cambiado, no muchas, pero sí algunas. Soy más viejo que antes, supuestamente más maduro. Es curioso, hay cosas que no cambian: el paso de las estaciones, los días del mes…. Somos nosotros quienes hacemos que las cosas cambien, que sean originales, nuevas, alegres o tristes, rápidas o lentas.

Papá, mamá; hay cosas que no cambian : el amor hacia un hijo no cambia; el afecto no cambia; el cariño, no cambia ; simplemente aumenta. Por eso, aún sigues, mamá, abrochándome el último botón, no ya de la trenca, sino de la túnica; aún, papá, sigues apoyando las manos sobre mi cuello en señal de protección ya no viendo la procesión y guardándome del frío, ahora me das tu apoyo para aguantar el camino; ya no sólo veo una fila interminable de tulipas coloreadas en tus gafas, ahora veo mis ojos asomar por el capuz.

Papá, mamá; hay cosas que cambian: antes mi cara la cubría el frío, ahora un trozo de tela; mis manos antes desnudas, se visten ahora de algodón. ¡ Qué diferente es la Semana Santa cuando miras por dos pequeños agujeros! . Cuando ya no miras la procesión, sino a la gente que mira; cuando escuchas tu respiración silenciosa y calmada que es ahogada por el grito sin voz de la Madre que llora, del Hijo que sufre; cuando se te acelera el corazón porque tu Madre pasa por tu lado; cuando las horquillas irrumpen en el silencio de la oración.

¡ Qué diferente! . Y me doy cuenta ahora. Pierdo mi identidad, de forma paulatina y misteriosa sin dejar de ser yo; fundido en un torrente de puntiagudas tulipas andantes. Mis pasos se acompasan con el resto, poco a poco, forman uno, una procesión. Ahora, el nazareno es una nota imprescindible en medio de una sinfonía de luz. Porque la procesión se lleva por dentro.
 

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