Hermandad
Asociación
23
Noviembre
2024
 
Jueves Santo 2024. Faltan -240 días

Concurso Literario

"LA COLECCIONISTA DE RECUERDOS"

Sentada en lo alto de mi cama, aprieto contra mi pecho las fotos de las Semanas Santas pasadas, y tengo la sensación de abrazar incluso a las personas que no me han conocido, porque se han ido antes de nacer yo, pero a las que yo conozco perfectamente.

Desde muy corta edad, siento fascinación por la Semana Santa de Cuenca, no es de extrañar, ya que, desde el mismo día de mi nacimiento, formo parte de la gran familia de la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad del Puente.

Cuando llega la cuaresma, noto mi corazón preso de intensas emociones, que todavía hoy no sé cómo explicar. Desde que recuerdo, siempre me ocurre por estas fechas, se inicia con la llamada de mi abuela, recordándome que tengo que sacar la túnica para probármela y ver si hay que sacarle el bajo o hacer una nueva.

Tras haber repasado cientos de veces las fotos, ya forman parte de mí. Abro los ojos y soy capaz de mostrar el mundo entero en mi interior. El gris de mis iris se hunde hasta las profundidades de los recuerdos ajenos, y mis largas pestañas acarician las mañanas de esos jueves tan largos. Cuando abro los ojos para observar, todo a mi alrededor enmudece.

Cierro lentamente los ojos, abro poco a poco mi alma. Logro distinguir nítidamente el olor a cera y el sonido de las horquillas al chocar contra el suelo, y el corazón me palpita fuerte dentro del pecho, porque es Semana Santa.

Cuenca se convierte en el escenario perfecto en el que, más de dos mil años después, los conquenses asisten con devoción a la Pasión y Muerte de Jesús, acompañan a la Virgen en su infinito dolor y cierran con alegría la semana una vez que el Señor ha resucitado. No es una historia más, es la Historia.

Mañana de domingo de ramos, se agolpan en mis pensamientos momentos de mi infancia, ese vestido nuevo, la mano de mis abuelos sosteniéndome mientras agito mi palma, que cada año es más grande y más bonita. Alegría y júbilo que nacen tras tres golpes en la puerta de la Iglesia de San Andrés, recorren las calles de la ciudad, donde la gente se agolpa batiendo las palmas y los ramos de olivo bendecidos en San Felipe Neri, a ritmo de música alegre que nos ofrece la banda, para dar la bienvenida a Jesús en la borriquilla y a Nuestra Señora de la Esperanza.

En la noche negra y tranquila de Lunes Santo, se oye una campaña tañer, dando paso a la procesión penitencial del Santísimo Cristo de la Vera Cruz, iluminada por cuatro blandones. Siete palabras de Cristo en su hora de expiración, que invitan a la meditación. Me embriaga el olor a incienso y me estremece el grave silencio que hay mientras se desliza la imagen por la Plaza Mayor. Silencio roto por cantos gregorianos y el tañer de la campana. Dos tambores roncos marcan la marcha del Crucificado acompañado por los elegantes cofrades con túnicas negras.

Hoy, Martes Santo, la liturgia pone el acento sobre el drama que está a punto de desencadenarse y que concluirá con la crucifixión del Viernes Santo. Noche de devoción conquense la del martes Santo, que se inicia por la tarde en El Salvador con la procesión del Perdón. Multitud de túnicas moradas acompañan a San Juan Bautista y capuces amarillos sostienen a María Magdalena, cáliz en mano. La tarde empieza a dejar paso a la noche, y en la Iglesia de San Andrés, los nazarenos entran y salen nerviosos. Se hace 2 el silencio y de pronto, aparece la Esperanza, majestuosa, cuyo rostro refleja una expresión de sufrimiento que traspasa el corazón de quien la mira, a brazo de sus banceros vestidos de blanco y verde. Unos metros más arriba, se espera la salida del Cautivo. Centenares de hermanos arropan a nuestro padre Jesús Nazareno de Medinaceli. Blanco y morado son los colores que acompañan el Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo que se incorpora a la procesión en la plaza Mayor, completando así uno de los cortejos más vistosos, característicos y con mayor esencia de la Semana Santa de Cuenca, la procesión del Perdón.

Como alguien dijo hace muchos años ya, “Sólo aquí es posible una noche de capuces blancos, como puñaladas de luna fría, poniendo gritos de silencio en el Miércoles Santo: la noche blanca de Cuenca”. La ciudad se recoge, se encoge de sentimiento, llora en cada esquina la futura muerte de su señor Jesucristo en la cruz. Silencio ante el beso de Judas y nerviosismo contemplando a Simón Pedro empuñar su daga y cortar la oreja al soldado romano, mientras que su maestro es prendido en el huerto de los olivos de Getsemaní. Magia y pasión es la que se siente cuando los banceros de la Venerable Hermandad de Jesús orando en el huerto de los olivos bailan al paso de la marcha procesional la pajarera, mecen las ramas del olivo y hacen prácticamente volar al arcángel. Procesión sobrecogedora, llena de emoción y sentimiento. Miércoles santo en Cuenca es volver a tierra santa en el siglo primero.

Mis ojos tienen un brillo especial las mañanas de Jueves Santo. Mi madre, se levanta temprano para preparar el desayuno, unas torrijas y unas rosquillas de sartén de mi abuela acompañan nuestras bebidas y junto con mi padre, se repasa el itinerario ya sabido de memoria, de la procesión que a media tarde, comenzará a recorrer las calles del corazón de Cuenca. Para mí y los míos esta jornada está repleta de costumbres y rituales: mi abuela termina de colgar de manera amorosa las túnicas moradas de todos los primos, incluso de la pequeña que este año se une a sus 4 meses de vida; mi padre termina de limpiar las tulipas, y mi madre se encarga de colgar, bien centrados, los escudos de nuestra Hermandad en el capuz de todos. Un rayo de sol entra por la ventana del comedor de mi abuela y me acaricia dulcemente la cara, recordándome que es hora de salir. Un Colorido mar de capuces y túnicas nos espera en San Antón. Vemos abrir con orgullo el desfile al Cristo de las Misericordias, escoltado por nazarenos de todas las hermandades que conforman la procesión de Paz y Caridad, y en cuya cabecera una campana marca el inicio de la procesión. Tras este, numerosos pasos como: la Oración en el Huerto, el Amarrado a la Columna, Nuestro Padre Jesús con la Caña, el Santísimo Ecce Homo de San Gil, Jesús y la Verónica, el Auxilio a Nuestro Señor Jesucristo y Nuestro Padre Jesús Nazareno del Puente, hacen vibrar las aguas del Júcar a su paso por el puente, cuyos ojos, lloran al descubrir el trágico fin.

Nerviosa e impaciente, termino de acomodar mi túnica y mi capuz. Siento un escalofrío al notar el roce de la tela en mi rostro. Renuncio a mi identidad personal para formar parte de la identidad colectiva. Miro hacia el Cerro de la majestad, donde tres cruces se levantan en el calvario cruel. Y de pronto, comienza a sonar el Himno de España al tiempo que cuarenta banceros guían en brazos a nuestra majestuosa Señora de la Soledad del Puente, con su elegante manto azul y oro, hasta ponerla en hombros. Horquillas enmudecidas la acompañaran todo el recorrido. Los vellos del brazo se me erizan y mi corazón queda 3 preso de un puño invisible; no puedo apartar mis ojos de Ella, los rayos de sol iluminan el palio, y las pequeñas motas de polvo a contraluz le crean un coro de ángeles que la envuelven y arropan. Veo su corazón, atravesado por siete dagas. Busco su rostro, veo la expresión de dolor ante el drama que sufrirá su Hijo, y con mi mirada le digo que estoy aquí, que estamos aquí para acompañarla en su dolor, que también es el nuestro.

Miro hacia arriba y me encuentro con un espejo azul, un cielo casi líquido, casi espiritual. Si, hoy también te extraño, y sé que desde el cielo me sonríes y me acompañas; su ausencia se hace presencia, me da la mano como cuando era pequeña y me susurra al oído que no me separe de la abuela en toda la procesión, solo que ahora añade: “ya eres mayor, coge a tu prima de la mano y vigila que tu hermana no se separe”.

Solemne y cadenciosa discurre la procesión dejando atrás la parte baja de la ciudad e iniciando su ascenso por la senda empedrada y a veces angosta hacia el casco antiguo. Miro a las personas que están a mi alrededor, a los banceros, a los cereros, a los otros nazarenos, a la señora que, invisible entre la gente, en una esquina cualquiera, se santigua emocionada al paso de un Cristo o de una Virgen. A los que caminan detrás del paso en busca de alivio, o de una esperanza, o de una respuesta. A todas esas personas a las que todos alguna vez hemos observado o que hemos sido. Guardo esas imágenes en el fondo de mis lagunas grises, para poder revivirlas el resto del año.

Nervios y emoción en el interior de la iglesia de El Salvador. Tulipas apagadas y capuces arriba. Todavía no ha despuntado el alba, un mar de cabezas y palillos a golpe de broncos tambores y clarines destemplados esperan impacientes al impresionante Nazareno de El Salvador, que inicia su camino hacia la Crucifixión. La emotiva salida del paso entre escarnios y burlas, hacen vibrar a toda la ciudad. El ruido ensordecedor de la plaza de El Salvador estremece. Una explosión de tambores, clarines y palillos retumban y acompañan para ir camino del Calvario. Un cirineo ayuda a nuestro Nazareno, y la Verónica le seca el rostro. San Juan Apóstol Evangelista, el guapo, buscando a Jesús, le sigue viendo El encuentro de Jesús con María, mientras los hermanos de Nuestra Señora de la Soledad se preparan para la procesión rezando.

“Míralo, como viene azotado, maltratado, escupido, atormentado, ensangrentado.

Míralo, míralo. Él no dice una palabra, ni siquiera se defiende, solo sigue adelante, tiene que llegar al monte, donde le espera la muerte, para que Él pueda salvarte”.

Una madrugada esplendorosa, una madrugada para los sonidos, una madrugada de contrastes. En cada curva suenan los clarines, ¡arriba, arriba!, le increpan a Jesús. Musicalidad a cargo de la banda para San Juan. Silencio para nuestra Soledad de San Agustín. En la fragua, ya se ha preparado el fuego para calentar y arropar a la Virgen a su paso por la herrería de Alonso de Ojeda. Suena el Yunque y el martillo en uno de los momentos más espectaculares del recorrido, donde a la llegada de la Soledad, se unen a un sobrecogedor motete. Simplemente maravilloso. Es un escalofrío que deja una emoción contenida. Y con las emociones todavía a flor de piel, se hace el SILENCIO, un silencio sepulcral, que me dejó el corazón encogido e impronta en el alma desde el primer momento que viví 4 esa experiencia. Visualizo a miles de personas, todas juntas, todas en silencio. Nuestro Nazareno se gira para recibir el canto del Miserere. Un Miserere al que le faltan unas palabras casi siempre, roto por el rugir de la turba. Un nudo en la garganta no me deja respirar, decir que estremece el escucharlo se queda corto para describir las sensaciones que siento cuando estoy allí.

El hijo de Dios ha sido crucificado. De nuevo, Cuenca representa en perfecto orden cronológico los hechos acaecidos en el calvario y representados en los distintos pasos procesionales. Cristo yace muerto y Cuenca entera llora junto con la Virgen de las Angustias.

Anochece el Viernes Santo. Todas las Hermandades y Cofradías de la ciudad se reúnen en la Catedral, todavía quedan fuerzas tras la intensa jornada de hoy. Una cruz desnuda con un sudario, iluminada por la luz interior del templo a su salida de la catedral, que deja sombras en los arcos y una imagen para el recuerdo. Ritmo el de este paso marcado por las horquillas de sus banceros. Un Cristo yacente desvalido es mecido en silencio a lo largo del recorrido. Solemnidad, silencio y respeto describen esta procesión del Santo Entierro. Cuenca ha quedado huérfana, se ha quedado a oscuras.

No nos queda sino acompañar a la Madre en su camino de luto en el Sábado Santo.

“Mirad el sol que la prisión levanta al luminoso cuerpo soberano; mirad la Vida que a la muerte espanta”. ¡Ha resucitado!, la luz entra a chorros a través de las nubes e inunda la ciudad con la buena nueva. Los conquenses con sus mejores galas, salen a la calle para presenciar el Encuentro entre Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y Nuestra Señora del Amparo. La sensación de pesadumbre que cubría mi corazón y el de todos los conquenses desaparece junto con el manto negro de Nuestra Señora.

Dos años. Dos años de obligada ausencia en los que hemos perdido a mucha gente y muchos momentos, muchos abrazos, muchos recuerdos y muchos sentimientos nuevos. Así que, celebramos emocionados el regreso de la Semana Santa en la ciudad y, por consiguiente, la vuelta de las procesiones a la calle.

Disfrutemos de cada momento que podamos, vivamos esta Semana Santa como si todo fuera un milagro. No quedan palabras por decir ni letras por escribir…Únicamente sentimiento, emoción, fervor, entusiasmo, pasión, devoción y fe.

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