Hermandad
Asociación
21
Noviembre
2024
 
Jueves Santo 2024. Faltan -238 días

Concurso Literario

SECUNDUM, MISERICORDIAM TUAM

DISTINGUIDAS AUTORIDADES

SR. PRESIDENTE DE LA JUNTA DE COFRADÍAS

SRA. PRESIDENTA DE LA ARCHICOFRADÍA DE PAZ Y CARIDAD

HERMANOS Y HERMANAS DE NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD DEL PUENTE

HERMANOS Y NAZARENOS DE CUENCA

CONQUENSES Y AMIGOS

 

Estaba escrito: Y uno de los doce entregará al Hijo del Hombre…

“¿Soy yo acaso Maestro?” anunciaba el propio Judas su traición…su codicia llegaría hasta las hoces del Júcar y el Huécar donde por treinta ruines monedas, los chopos en flor y su perdido reflejo podrían presenciar un año más  una historia de Pasión, unas imágenes talladas en madera. Madera que vive año tras año historias contadas desde dentro; madera que oye década tras década, pensamientos de miles de banceros que acunan sobre sus hombros a una ciudad tallada en piedra y forja; madera que recuerda y memora en cada paso a Marco Pérez; madera que escribe historias con pluma y tinta en piel de nazarenos penitentes que esconden la vergüenza tras capuces de colores que bailan y se pierden por callejas con aire de pesar.

Nazareno, nazareno, ¿Dónde escondiste la cruz,

Con la cual cargabas, mientas sufrías?

Penitente, penitente. No llores. Tranquilo.

Vive ésta semana como si esa,

 Fuera tu sangre derramada.  

Oración en Getsemaní, espanto y angustia, súplica en boca, alaridos ahogados de renuncia… ¡Abba Padre!...

Gritos lejanos de una multitud cargada de palos y espadas…y un beso, un beso con sabor a muerte y traición.

Un golpe seco de la horquilla, dos…

Condenado a muerte como a un ladrón.

Cuenca, fría, desnuda y desolada

Llora en vano buscando el perdón.

Cantos del gallo cumpliendo escrituras, llantos de Pedro colman el Júcar. Pilato se exculpa manchando el Huécar. Cae la noche en Cuenca, la oscuridad inunda corazones.

Caña por cetro, espinas por corona.

San Antón presencia el reflejo perdido.

¡Oh, Jesús de la caña, burlado!

¡Salve, rey de los judíos!

Señor, ¿Qué le han hecho a tus manos…? Unas manos tan pulcras antaño, amarradas a un pilar de duro y gélido mármol, bordeando callejas, perdiéndose a la luz de la luna.

Y una mujer socorrerte quiso

Limpiarte la sangre, aliviarte el dolor

Su paño bendito quedó.

Plegarias a toque de tambor y clarín. Una clariná desgarradora intenta sobresalir al ronco sonido de los parches de piel, que evocan la burla y el escarnio, que llaman a gritos a la muerte y a la crucifixión, que rompen el último hilo de piedad de la jauría enfurecida que es la muchedumbre asentada a ambos lados de la vía dolorosa. Un San Juan lejano se deja ver entre miles de turbos hoy reunidos. Parece tener prisa por llegar a los pies de su maestro. Banceros conmovidos y contagiados por el amor del discípulo a su Maestro, parecen llevarlo en volandas a ritmo de marchas compuestas por quién sabe quién. Me vienen en mente, recuerdos ya lejanos de un esperanzador Domingo de Ramos, palma en mano. Y una Soledad bajo palio de luto, ruega clemencia.

Se acerca la hora, Señor, Cuenca te acompaña. Tu camino de sufrimiento llega al Calvario, Gólgota conquense es ya.

Crucificándote están ya Mesías, tus manos manchadas con la sangre de la salvación.

La Madre y el discípulo amado, más unidos que nunca. “Mujer ahí tienes a tu hijo”. “Hijo ahí tienes a tu Madre”.

Cuenca te ofrece una caña en vinagre mojada. Sabor a hiel a Cuenca inunda.

Tus vestiduras rompieron y repartieron entre soldados,

Crucificaron al hijo del hombre entre dos vulgares ladrones.

Y, a lo lejos, las casas colgadas y un puente viejo

Coronan entre forja y piedra la muerte del Salvador.

Lejana se ve ya la boda de Canaán, las multiplicaciones de los panes, las curaciones de leprosos…

El haber sanado a tantos ciegos y el haber sido condenado por ciegos que no querían ver.

Martillo y yunque acompañan a la Madre rota. Infinita tristeza contenida que sus ojos ya no pueden ocultar, lágrimas de cristal cicatrizan en sus mejillas, el luto invade cuerpo y alma, su corazón rasgado pide un último suspiro de clemencia. Espera angustiosa unas últimas palabras de aquel que es su Hijo, una última mirada… sin embargo; la espera nunca acaba pues el crucificado se limita a rogarle al Padre que le aguarda, que nos perdone por todo aquello que hemos hecho. Una Madre desconsolada que ve cómo una lanza traspasa el costado de su Hijo y siente cómo su corazón es atravesado por miles de puñales, un corazón que se rompe por dentro al quitarle lo que más amaba.

Y a lo lejos se vislumbra, en la cima del cerro que corona Cuenca, a un Hombre que baja la cabeza y expira. El cielo se parte en dos ocultando el sol bajo tinieblas. El velo del templo queda  rasgado. La oscuridad reina hoy más que nunca en una ciudad que se hace de piedra. Los brazos de los chopos se estremecen y tiemblan con el susurro y el recuerdo que les queda de aquella frase ya lejana… ¡A Barrabás!  Una ciudad sentenciada por tres cruces baja la cabeza y pide perdón por haber crucificado al verdadero Hijo del Hombre. La rueda del tiempo se detiene, penitentes dolidos lloran ya su muerte. Ese dulce piar de golondrinas lejanas y la policromía de los reflejos de dos ríos ahora vestidos de luto, se pierden en el recuerdo dejando aroma de anhelo en una ciudad de cielo y forja gris, en una ciudad nublada, que desaparece entre la espesa penumbra y la neblina en esta noche sombría, inundada de penas y temores.

Se observa débilmente y con dificultades en las aguas del Júcar un reflejo perdido de un Hijo en brazos de su Madre, una Madre de mirada angustiada, perdida, como si ya nada importara. Pero corre, va deprisa, como si quisiera huir de esa dura soledad y crueldad. 

Y en esta noche oscura, fría y sola, Cuenca celebra el Santo entierro de aquel que Salvaría a la humanidad. La bulla de la madrugada ya lejana ha dado paso a convertirse en mutismo total.

Una cruz desnuda se abre paso por callejuelas angostas, rompiendo el espeso silencio de la noche. Una cruz anteriormente protegida por un pulcro cuerpo convertido ahora en un gélido cadáver. Una cruz que llora sola sin nadie que le acompañe. Una cruz que ha vivido los sentimientos más cercanos en esta historia de amor de Dios convertida hoy en una historia de poder y avaricia de la humanidad.

Las antorchas ardiendo y los caballeros del cabildo acompañan al Santo Sepulcro. Silencio, luto, un escalofrío recorre mi cuerpo. Contemplo a un Cristo yacente sin alma viva que ofrecer ya.

En oídos sordos de penitentes se hace oír todavía el eco del golpear de las horquillas contra el duro y frío suelo que tanto ha visto de este sufrimiento. Todo ha acabado. La agonía, la tristeza…todo. Cuenca espera en silencio contando hasta tres para que ocurra lo esperado. Pero no llega…el tiempo muerto como toda Cuenca, no quiere avanzar. Júcar y Huécar unidos los dos y en silencio lloran, han callado, han visto demasiado. Elí, Elí, Lama Sabactani…

Y estas reflexiones me llevan a ti, Virgen Santa. Soledad del Puente, mi virgen desde niña, confidente de miles de pecadores. ¡Oh Madre!, Tú que guardas mis sentimientos más profundos, que me hipnotizas con esa mirada, rota, pero llena de esperanza. A ti, a la que lloro todas las noches buscando consuelo. Mi cobijo en los errores y derrotas, mi medalla en todos mis aciertos y victorias. Que me abrazas cuando más lo necesito, que me guías de la mano cuando pierdo el sentido. Que haces compañía cuando todos se han ido. La que protege con ternura y regala sonrisas. A ti Madre, mis palabras más sinceras, a ti Reina, cada palabra de este escrito.  

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